Juanita Jacobsen

Siendo muy sincera, he admirado a Rasta desde que la conocí.
No sé muy bien por qué, pero ese primer día, como el simple estallido de abrir una lata de Coca-Cola, de un día para otro, Laura Sofía Prieto —mejor conocida como Rasta— se volvió parte de mi vida.


Ese día, en la clase de Producción, en un momento dado, me miró fijo a los ojos… mis ojos perdidos en la neblina del no saber qué hacer, en un cuarto lleno de personas que sabían exactamente qué hacer. Se acercó… y yo pensaba: “¿Qué hijueputas hice mal? Debí hacer algo mal. Jueputa, pero ya fui por el café… ¿Será la lista? Jueputa, se me olvidó la lista.” Yo, con una cara de petrificación, y Rasta con una sonrisa, me dice: “¿Fumas? ¿Quieres un cigarrillo?”


Ella no es predecible ni cómoda, nunca se deja encasillar ni domesticar. Siempre llega con la cara en alto, un “¡Buenos días!” a todo proyección, un viento imparable, unas ganas que contagian y despiertan. No tiene pelos en la lengua: habla con una honestidad y valentía que a veces sorprende, pero que siempre es sincera, sembrando sonrisas. Su corazón es un vasto abrazo que acoge, que protege, que respira con ternura y con furia en la misma medida. Pena tiene poca, y de juego tiene mucho. Desde ese momento hasta ahora, ha sido un refugio, una chispa, una hermana de camino, colega fiel, admiración total.


Admiro en ella su voluntad clara y su simpleza sabia para accionar hacia el hacer y hacia el arte. Su energía no se detiene: está cargada de humor, de certeza, de sinceridad brutal, de risa escandalosa que irrumpe el aire y lo hace más respirable. Tiene una contundencia para decir, hacer y sostener lo que piensa. Tiene fuego en las manos y alegría en los pies; y, al igual que su fuerte proyección, también he sentido la potencia de su silencio, ese silencio que lo dice todo.


Su presencia es presente, y se nota inmediatamente cuando no lo está. Es una de esas personas que no caben en los márgenes, que se lanzan primero y preguntan después, que se entregan sin medida y también sin miedo.


Y sin embargo, o mejor dicho, justamente por todo eso; también he visto cómo esa fuerza inmensa a veces se le escapa entre los dedos. A veces la risa la distrae, el impulso la arrastra, y esa energía tan potente se diluye un poco en la velocidad del momento. Es un volcán que, en ocasiones, se ríe antes de estallar. Pero incluso eso me parece parte de su verdad, de su arte, de su humanidad.
Rasta es fuerza viva, y tenerla cerca ha sido una suerte. Me ha enseñado que el juego es también un modo de resistencia, y que una carcajada puede ser más honesta que mil lágrimas.


Durante estos años académicos, en clases como el Laboratorio de LABAN, los ensambles La poesía es un alma cargada de futuro dirigido por Fernando Montes y Memoria de un amnésico dirigido por Leonardo Martínez, así como en el Ensamble de Producción 2022 y en la Técnica básica de Teatro Gestual, he podido presenciar cómo Rasta ha asumido con seriedad su decisión de no tomarse nada en serio.
Se pone su nariz roja como quien se pone una ética: es su modo de crear, de vivir y de expresar, con toda su luz, el amplio rango de sus emociones, que —al no caberle en esa misma nariz roja— tuvieron que mudarse a su alma.

  • Por tu querida Banana